Reflexiones para el despertar del espíritu

Cuerpo: Puente y Umbral

Introducción

Desde los primeros mitos, el ser humano se preguntó qué era el cuerpo:
¿cárcel, templo, herramienta o ilusión?
En Egipto fue morada del alma, preservada para la eternidad.
Para Platón, prisión que debía trascender se; para Aristóteles, inseparable de la vida misma.
En India, mapa energético donde el aliento vital fluye entre chakras y canales invisibles.
En el cristianismo medieval, “templo del Espíritu Santo”, pero también carne marcada por el pecado.
La modernidad lo fragmentó: Descartes lo redujo a materia, máquina separada de la mente.
Más tarde, Nietzsche lo devolvió a su lugar esencial: el cuerpo como “gran razón”, más sabio que la conciencia.
Merleau-Ponty lo reconoció como sujeto encarnado: no tenemos un cuerpo, somos cuerpo.
Foucault lo entendió como campo de poder y disciplina, moldeado por instituciones.
Deleuze y Guattari, en cambio, lo imaginaron como “cuerpo sin órganos”, territorio abierto de deseo y creación.
El arte ha recorrido también esa tensión: del cuerpo perfecto del Renacimiento al cuerpo desgarrado del Barroco;
del cuerpo político y doliente en la performance de Abramović o Mendieta, al cuerpo expandido y virtual de la era digital.
En cada época, el cuerpo ha sido espejo de la visión del mundo.
En la espiritualidad, el cuerpo no se niega: se purifica, se disciplina, se transfigura.
Para el yogui, es vehículo de iluminación; para el místico sufí, instrumento de danza; para el alquimista, laboratorio donde la materia se transmuta en espíritu.
Hoy, hablar del cuerpo es hablar de frontera y puente: límite entre lo que somos y lo que podemos llegar a ser.
Es territorio donde se juega la memoria, la herida, la transmutación y el deseo.
Es, al mismo tiempo, vestíbulo y umbral: preparación y cruce, peso y posibilidad.

CUERPO: PUENTE Y UMBRAL

El cuerpo no es cárcel ni templo:
es el filo de la navaja donde la semilla espera.
No piensa: vibra. No cree: transmite.

Es el primer territorio donde el alma recuerda
que existe entre espejos y sombras.
Antena y escudo. Tambor y herida.

El despertar no comienza en los cielos:
comienza en la espalda que carga mundos,
en el hambre que quema más allá de la carne,
en la piel que guarda memorias de otros sueños.

Desprogramar el cuerpo no es negarlo:
es romper el espejo del miedo,
escuchar al dolor como mensajero,
devolverle su pulsar original.

Cuando el cuerpo vibra limpio en el filo,
la mente se despeja, el alma se activa,
y el espíritu... por fin, rompe su espejo y florece.

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