Desde los primeros relatos sagrados, la herida ha sido símbolo y destino.
Prometeo encadenado por dar el fuego, Quirón atravesado por la flecha,
Cristo con las llagas de su entrega: todos testimonian que la herida no es accidente,
sino pasaje.
En cada cultura, el dolor abrió puertas: a los misterios,
a la conciencia, a la memoria de lo eterno.
En la modernidad olvidamos esa enseñanza.
Vemos la herida como fracaso,
la ocultamos, la medicamos, la disfrazamos.
Sin embargo, la herida persiste
como un espejo secreto, recordándonos que sin ella no hay transformación.
No hay alquimia sin materia quebrada, no hay templo sin piedra herida.
En el proyecto Dualidad al filo de la navaja,
la herida no se entiende
como condena, sino como mapa.
El filo corta, pero también revela:
separa lo falso de lo esencial.
La herida es ese umbral que nos obliga a
detener la huida y a volver la mirada hacia dentro.
Solo allí,en la profundidad del corte, descubrimos la semilla.
"Donde duele, nace el camino"
Hay dolores que no se ven.
No tienen sangre ni fractura,
pero pesan como siglos en el alma.Son grietas invisibles
que la infancia no supo nombrar,
pero que el cuerpo,
con silenciosa lealtad, jamás olvidó.El que fue dejado, aprende a ser muro.
El que fue traicionado, se vuelve centinela.
El que fue juzgado, se convierte en juez de sí.
El que no encontró sentido… se exilió del mundo.Pero todo eso,
no es condena.
Es mapa.Porque hay un punto en el tiempo
—cuando el alma ya no puede más huir—
en que la herida se revela como semilla,
y el dolor, como maestra antigua.Entonces entendemos:
que no fuimos rotos para ser débiles,
sino abiertos… para recordar.Recordar que somos templo,
que podemos habitarnos,
que merecemos placer sin castigo,
silencio sin culpa,
compañía sin condición.La herida no es el fin.
Es el umbral.Quien se atreve a mirarla
sin juzgarla,
sin narrarla desde el miedo,
la convierte en camino.
Y donde antes ardía el vacío,
ahora florece la voluntad.
