La Atlántida — Arquetipo de la Caída y la Advertencia Eterna
Poder Espiritual vs. Degradación Material
1. El Espejo Atlante: Una Civilización Dorada
La Atlántida no fue solo un continente, fue la cúspide de una humanidad en armonía con el Cosmos.
Sus habitantes, gigantes de estatura y conciencia, poseían el Poder Espiritual que nace del dominio de sí mismos.
Su sabiduría no provenía del estudio, sino de la comunión interior con la fuente de toda vida.
El secreto de su poder yacía en la energía creadora.
El acto sexual era un sacramento, un rito donde el fuego del Espíritu gobernaba la materia.
El amor no era deseo: era vibración divina.
Así sostenían sus ciudades de luz, sus templos resonantes y sus vínculos con los mundos sutiles.
El Hombre Verdadero caminaba allí: un ser que veía sin ojos, escuchaba sin oídos y comprendía sin palabras.
Vivían en una edad de oro donde lo divino se manifestaba en lo humano.
2. La Sombra que Todo lo Devora: La Gran Degradación
Pero la caída no vino del cielo: nació dentro del corazón.
El deseo reemplazó al amor, y el placer al rito.
El hombre atlante traicionó su templo interior, derramó su fuego creador y rompió el pacto sagrado que lo unía a la Fuente.
La glándula pineal, su ojo de sabiduría, se fue apagando.
La clarividencia fue sustituida por la razón fría,
y el Poder Espiritual se convirtió en ambición de dominio.
Los magos negros de la Atlántida usaron las fuerzas de la naturaleza para someter a otros,
obligaron a los elementales a servir a su ego,
y forjaron criaturas sin alma: formas mentales, autómatas psíquicos que obedecían sin conciencia.
Así la ciencia se volvió hechicería y el templo, laboratorio.
Del cruce entre lo sagrado y lo profano nació un nuevo ser:
el animal intelectual, mezcla de dios caído y bestia pensante.
Desde entonces, el hombre recuerda la luz, pero camina en sombra.
3. El Veredicto del Cosmos: La Ley de Consecuencia
No hubo castigo: hubo resonancia.
Toda causa busca su equilibrio, y el desequilibrio Atlante resonó en los ejes del planeta.
Las aguas respondieron al fuego profanado,
y lo que era ciudad se volvió abismo.
La Atlántida se hundió bajo su propio peso vibratorio.
El Poder Espiritual, abandonado, ya no pudo sostener la estructura material.
Las olas cerraron el ciclo, y el silencio guardó la memoria.
El diluvio no fue un mito, fue la consecuencia natural
de una humanidad que eligió hundirse en la densidad de la materia
después de haber conocido la claridad del espíritu
4. El Mensaje para la Raza Aria: La Encrucijada Presente
Hoy repetimos la misma historia.
Nuestra civilización —la Raza Aria— idolatra la ciencia sin conciencia,
adora la velocidad, la técnica, el dinero y el placer.
Creemos dominar la materia, pero ella nos domina.
Somos los Atlantes de hoy:
una humanidad que ha olvidado su origen y niega su destino.
El mismo fuego sagrado que podía iluminarnos
se usa ahora para destruir, corromper y olvidar.
Frente a nosotros hay dos caminos:
-La Degradación Material:
continuar en la orgía del deseo, en la avaricia, la violencia, el orgullo, el consumo y el orgasmo.
Ese sendero, dice la memoria del tiempo, solo conduce al fuego purificador,
al final de los días, a la extinción que limpia para volver a empezar.
-El Poder Espiritual:
iniciar la revolución interior.
Morir al ego, transmutar la energía, purificar la mente, despertar la conciencia dormida.
Convertirse en el Hombre Solar que renace de su propia ceniza,
portador de un nuevo amanecer para la Tierra.
Llamado Final del Capítulo
La Atlántida no es solo historia: es advertencia.
Sus torres de oro bajo el mar son espejos que nos devuelven nuestra propia elección.
Quien, habiendo conocido la luz, se entrega a las tinieblas de la materia,
firma su sentencia en el agua y el fuego.
Nosotros aún tenemos la llave.
Podemos seguir el ciclo de la bestia,
o encender la semilla del Hombre Cósmico que aguarda en el corazón.
El destino no está escrito: se vibra.
Y el eco de la Atlántida aún resuena en nosotros,
esperando la respuesta.
Prosa poética
Bajo las aguas del olvido duerme una ciudad de oro. No cayó por los dioses, cayó por sus hombres. El fuego que debía ascender, descendió; el templo se volvió mercado; la palabra, contrato; y el alma, cálculo. Pero entre los escombros del tiempo, una chispa sigue viva, esperando al que escuche su voz entre las corrientes del mundo. Si el hombre recuerda su luz, el mar devolverá sus piedras. La Atlántida no se perdió: se escondió dentro del pecho de quien aún busca.