Los Yariguíes: La memoria que no se deja borrar
Introducción teórica, Historia, Filosofía, Arte y Religión
En la Serranía de los Yariguíes, la historia no se conserva: resiste.
Antes de mapas, repúblicas y colonizadores, estas montañas fueron hogar de un pueblo que vivió en libertad radical, en comunión con el bosque y en defensa feroz de su territorio.
"Los Yariguíes no dejaron templos ni códices; dejaron algo más difícil de extinguir: una presencia que persiste en el viento."
Este capítulo es un homenaje a esa memoria.
A la tierra que los sostuvo, a su espíritu insumiso, y al eco filosófico que aún vibra en quienes atraviesan estas montañas buscando sentido, destino o renacimiento.
Aquí empieza el sendero donde historia, arte, religión y pensamiento vuelven a encontrarse… para recordarnos que ningún imperio logra borrar lo que la montaña decide guardar.
Epígrafe
"Quien camina la montaña exterior, despierta la montaña interior."
Historia
Los Yariguíes —o Yareguíes— fueron uno de los pueblos indígenas más indómitos del actual Santander.
Su territorio se extendía desde el valle del Magdalena hasta las cuchillas altas que hoy recorremos:
San Vicente de Chucurí, Betulia, Zapatoca, Bolívar, Cimitarra y toda la franja boscosa que ahora llamamos Serranía de los Yariguíes.
Su cultura
Eran seminómadas, cazadores, pescadores y recolectores.
Vivían en la espesura tropical, adaptados a su humedad, su fauna y sus rutas naturales.
Su organización era libre, no piramidal: no tenían “caciques” como los muiscas o taironas.
La autoridad era más espiritual que política.
Su espiritualidad giraba en torno a la selva, los ríos, las montañas y los espíritus de los antepasados.
Su resistencia
Los Yariguíes se volvieron símbolo de resistencia en la historia colombiana.
No aceptaron encomiendas, no aceptaron evangelización forzada, no aceptaron tributos.
Nunca fueron conquistados totalmente.
Su respuesta fue feroz porque defendían no un territorio, sino una forma de existencia.
Conocían la selva como un libro vivo y la utilizaban para desaparecer, emboscar y resistir.
La colonización, las epidemias y la explotación del caucho en el siglo XIX y XX finalmente los extinguieron como pueblo organizado, pero su memoria permanece en la serranía, que lleva su nombre como homenaje.
Llegada de los españoles: la ruptura
Cuando los españoles entraron a estas tierras en el siglo XVI, venían con tres objetivos:
expandir la fe cristiana
dominar territorios
explotar recursos
El choque con los Yariguíes fue inmediato.
El alemán Geo von Lengerke: el otro gran actor histórico
Probablemente el personaje más conocido de la región.
Geo von Lengerke, alemán nacido en Cassel (1827), llegó a Santander escapando de problemas legales en Europa.
Pero aquí se convirtió en figura histórica, empresarial y polémica.
• Lo que hizo en esta región
Construyó una vasta red de caminos empedrados, muchos de los cuales todavía existen.
Es probable que hayas caminado sobre algunos de ellos.
Fundó haciendas en Zapatoca, Betulia, San Vicente y Barrancabermeja.
Fue pionero del comercio entre el interior y el río Magdalena.
Introdujo técnicas agrícolas, artesanales y de ingeniería europeas.
• Su sombra
Lengerke comerció con caucho, maderas y quinas, productos que contribuyeron a la destrucción del territorio y a la desaparición de los Yariguíes.
Su figura es dual:
el civilizador y el colonizador,
el ingeniero y el mercader,
el visionario y el opresor.
Justo esa dualidad fue un camino con Dualidad alfilo de la navaja.
La puerta verde
Cuando los españoles llegaron,
traían cruz y espada,
fe y ambición.
Aquí, sin embargo, la evangelización
no encontró terreno dócil.
Las misiones entraron,
pero no pudieron instaurar doctrinas estables.
La selva no permitía control,
el espíritu Yariguí no aceptaba sumisión.
La fe católica terminó asentándose
no en los pueblos originarios,
sino en los futuros colonos
que fundaron Zapatoca, Betulia y San Vicente,
dejando templos, cruces en los caminos,
y un imaginario de salvación y culpa
que intentó ordenar lo indomable.
La serranía, mientras tanto,
se mantuvo como espacio libre:
el último lugar donde el espíritu antiguo
continuó respirando sin permiso.
En la Serranía de los Yariguíes no se entra:
se retorna.
Todo en ella —la bruma, el canto húmedo de la selva,
los verdes en su espectro infinito— tiene la cualidad
de una memoria antigua que no pertenece a un solo hombre,
sino al alma del territorio mismo.
Lo que hoy llamamos camino entre
San Vicente, la Cuchilla del Ramo y Zapatoca
fue, para mí, un cruce interior:
un filo donde la dualidad se suspende
y la naturaleza se convierte en maestra.
Filosofía
El sendero
Cuando se camina suficiente tiempo
por estas montañas,
algo cambia.
La identidad se afloja,
lo personal se vuelve pequeño,
y emerge una comprensión silenciosa:
la unidad no es teoría, es sensación.
El camino enseña:
la dualidad existe solo para ser trascendida.
El verde ordena.
La piedra recuerda.
La brisa limpia.
El cuerpo entiende.
Caminar aquí
es meditar en movimiento.
Mucho antes de la colonización,
antes de la evangelización,
antes de las rutas comerciales,
esta tierra pertenecía al pueblo Yariguí.
No eran un pueblo vencible.
Su filosofía era libertad;
su territorio, un ser vivo;
su religión, la selva;
su templo, el movimiento.
No admitieron encomiendas
ni evangelización forzada:
respondieron con invisibilidad,
con selva, con espíritu indómito.
Su desaparición como pueblo organizado
no fue derrota espiritual:
fue la consecuencia de epidemias, explotación
y la violencia extractiva del caucho y la quina.
Pero su yo profundo
vive en cada ráfaga de viento,
en cada sombra del bosque,
en cada piedra del camino antiguo.
Los Yariguíes son el alma silenciosa
de esta serranía.
Arte
El arte que respira
Esta región nunca necesitó artistas
para expresar belleza:
la belleza es la región.
Aun así, su espíritu artístico
se manifiesta en tres formas:
Arte ancestral
Pictogramas y grabados pétreos
encontrados cerca de Zapatoca
revelan la huella simbólica
de culturas antiguas.
Arte campesino
La arquitectura en tapia y piedra,
los tejidos, las cestas, la madera,
el color tierra que dialoga
con los verdes profundos.
Arte vivo de la montaña
Porque en realidad,
la serranía es arte en sí misma:
un lienzo natural donde la luz baja
como pincel divino,
la neblina firma el horizonte,
y el azul de las montañas
es una expresión de infinito.
Religión
A pesar del catolicismo impuesto,
la serranía guarda una espiritualidad propia, previa.
Aquí la fe no sale de libros:
sale de los elementos.
El aire es oración,
el agua bautiza,
la tierra sostiene,
el fuego interno guía.
Es una religión sin nombre,
sin liturgias,
sin horario.
Es fe en estado natural:
la que surge cuando el ser
se reconoce parte del todo
y no su dueño.
Los Yariguíes: la memoria indomable
Mucho antes de la colonización,
antes de la evangelización,
antes de las rutas comerciales,
esta tierra pertenecía al pueblo Yariguí.
No eran un pueblo vencible.
Su filosofía era libertad;
su territorio, un ser vivo;
su religión, la selva;
su templo, el movimiento.
No admitieron encomiendas
ni evangelización forzada:
respondieron con invisibilidad,
con selva, con espíritu indómito.
Su desaparición como pueblo organizado
no fue derrota espiritual:
fue la consecuencia de epidemias, explotación
y la violencia extractiva del caucho y la quina.
Pero su yo profundo
vive en cada ráfaga de viento,
en cada sombra del bosque,
en cada piedra del camino antiguo.
Los Yariguíes son el alma silenciosa
de esta serranía.
Meditación del verde
No fui a describir un camino,
fui a encontrar un reino.
La Serranía de los Yariguíes abrió su pecho antiguo
y me recibió con la solemnidad de quien guarda
los secretos de la tierra desde antes del hombre.
Allí, entre San Vicente, la Cuchilla del Ramo y Zapatoca,
la Madre Natura desplegó su majestad sin reservas.
El agua habló su idioma claro,
el aire cantó como un oráculo,
el fuego dormía en cada piedra cálida
y la tierra abrazaba mis pasos
como si reconociera el eco de mis ancestros.
De todos mis recorridos por tan noble lugar,
este fue el más profundo para mis ojos
y el más revelador para mi olfato.
Olores nunca antes conocidos
se abrieron como portales invisibles:
humedad sagrada, follaje recién despierto,
raíces que guardan historias,
vientos que huelen a tiempo.
Fue un viaje dimensional.
Alma, cuerpo, mente y corazón
viajaron juntos por primera vez,
sin resistencia, sin ruido,
fundiéndose con la vibración del monte.
El verde —en todos sus matices—
reinó como un actor absoluto,
dialogando con los pasteles tierra
en una armonía que no necesita explicación.
Su vegetación enmarañada era sinfonía,
era mantra,
era meditación en movimiento,
trascendiendo dualidades.
Bosque tropical que respira lento.
Camino empedrado de un pasado legendario
que aún cuenta historias
a quien sabe escuchar.
Un mirador hacia San Vicente,
otro hacia Betulia,
y entre ambos,
una danza de montañas azules,
proponiendo un encuentro íntimo
entre cielo y tierra.
Un puente de nubes bajó hasta nosotros,
acercándonos a la morada del espíritu.
Serranía majestuosa:
mil gracias.
Y gracias a ti, Madre Natura,
por permitirnos visitarte.
Intentamos no molestarte;
solo queríamos estar,
solo queríamos ser.