( Relato poético )
En el principio, antes de que el tiempo tejiera sus horas en el telar del sol,
había un espejo. No era de cristal ni de agua, sino de esencia: un reflejo del origen.
Los antiguos lo llamaban el rostro del abismo,
pues en él no se revelaban formas ni apariencias,
sino aquello que el alma esconde y calla.
Muchos se miraron y retrocedieron.
Vieron cadenas, miedos, máscaras, y huyeron.
El espejo les devolvía no lo que querían, sino lo que temían.
Era un umbral que no todos estaban dispuestos a cruzar.
Pero hubo uno, loco o sabio
¿y acaso no son lo mismo cuando se rasga el velo?
que no tembló ante su reflejo.
Levantó su mano y lo rompió.
Y en el instante en que los fragmentos cayeron como estrellas rotas,
no encontró vacío ni oscuridad, sino una semilla.
La semilla era silencio y fuego,
raíz y eternidad.
Era la promesa de un mundo nuevo,
pero no afuera, sino adentro.
Porque solo quien rompe el espejo de sus cadenas descubre el germen de lo eterno en sí mismo.
Los griegos decían que "conocerse a sí mismo" era el principio de la sabiduría.
Pero ¿qué ocurre cuando el yo que crees conocer es solo un reflejo distorsionado por el miedo y el deseo?
El espejo es la ilusión de la identidad fija, la máscara que tallamos con las expectativas del mundo.
Romperlo no es un acto de violencia, sino de amor fiero: solo en los pedazos dispersos puede brotar lo esencial.
La semilla, diminuta e indestructible, es el núcleo de lo que eres antes de que el mundo te nombrara.
Los sufíes la llaman "el corazón", los taoístas "el hueso del cielo".
Este proyecto de arte, ella es la geometría sagrada que late bajo el caos,
la nota que sostiene la sinfonía incluso en el silencio.
El espejo era perfecto en su mentira,
la semilla imperfecta en su verdad.
¿Qué prefieres: la claridad que encadena
o la oscuridad que libera?
Reflexiones para el despertar del espírituLa la semilla
Hubo un hombre en Damasco que pasó treinta años puliendo espejos para los ricos.
Un día, cansado de reflejar vanidades, tomó un martillo y los hizo añicos.
Entre los fragmentos, encontró un grano de trigo antiguo,
el mismo que Perséfone dejó caer al regresar del inframundo.
Lo plantó en su pecho y de allí creció un árbol cuyas raíces eran preguntas y cuyas hojas eran versos.
Y después, una mujer en Kyoto pintó mil autorretratos buscando su rostro verdadero.
Al llegar al último, arrojó el pincel al río y quemó todos los lienzos.
En las cenizas, una semilla de loto negra
como las que guardan los monjes zen en sus mangas
le susurró: "Nunca fuiste la imagen, sino la mano que la sostenía".
El proyecto no es crear, sino des-crear. No es construir formas,
sino cavar hasta hallar la semilla que el espejo ocultaba.
Cada obra es un martillazo al cristal de las apariencias:
Rompedor de espejos, no temas a los cortes en tus dedos.
La sangre que derrames regará la semilla.
Y cuando esta brote
no como flor, ni como árbol, sino como un puño de luz
recordarás que lo que llamabas "arte" era solo el jardín
donde jugabas a buscarte.
"El espejo era el mapa,
pero la semilla es el territorio.
Rómpelo todo.
Plántate."
Hemos hablado de la Semilla en términos de esencia y conexión cósmica. Ahora, bajemos estos conceptos al suelo de la experiencia humana directa. ¿Qué significa este viaje en términos psicológicos?
1. La Semilla como el "Testigo": La Única Parte Sana.
Psicológicamente, la Semilla es la capacidad de observación pura. Es esa parte de tu conciencia que puede ver un ataque de ansiedad y decir "estoy teniendo ansiedad", sin fundirse completamente con ella. El yo personal (el ego) es el conjunto de pensamientos, emociones y máscaras. La Semilla es el espacio silencioso desde donde todo eso es observado. La salud mental no es eliminar la ansiedad, sino fortalecer al "testigo" para que la ansiedad no te secuestre. Romper el espejo es dejar de confundirte con el reflejo (la emoción, el pensamiento) y recordar que tú eres el cristal inmóvil que lo contiene.
2. El Proceso no es Adquirir, sino Soltar: Una Dieta Mental Radical.
No se trata de llenarte de más conceptos espirituales. Se trata de un proceso de desidentificación. Psicológicamente, es como hacer una dieta de la personalidad: cuestionar cada pensamiento ("¿soy yo este pensamiento?") y cada emoción ("¿soy yo esta ira?") para soltar el peso de aquello que no eres. Cada máscara que dejas ir es un peso mental menos. La fatiga que muchos sentimos no es del mundo, sino del esfuerzo por mantener una imagen de nosotros mismos que es inherentemente falsa e insostenible.
3. El Miedo a la Nada es el Guardián de la Prisión.
La resistencia más grande a este viaje es el miedo. El ego, tu personalidad construida, gritará: "¡Si dejo de ser esto, me volveré nada! ¡Desapareceré!". Psicológicamente, este es el mecanismo de defensa más poderoso. La paradoja es que al rendirte a esa "nada", no encuentras el vacío, sino la plenitud. Encuentras la Semilla. Dejas de ser una ola agitada en la superficie (el yo personal) y recuerdas que eres todo el océano (el Ser). El miedo es la última máscara, la que nos impide dar el paso final.
4. La Práctica: De la Filosofía a la Neurobiología.
Esto no es solo poesía. Cuando llevas tu atención al momento presente –al latido del corazón, a la sensación de la respiración– estás haciendo un ejercicio psicológico y neurológico concretísimo: estás desactivando la Red Neuronal por Defecto (la "máquina de pensar" que rumia el pasado y proyecta el futuro) y activando las redes del presente. Ese silencio mental que emerges no es un concepto; es un estado meditativo accesible y comprobable. Es el terreno fértil donde la Semilla puede germinar.
En Resumen Final:
El viaje hacia la Semilla es, en realidad, un viaje de regreso a casa. Es el proceso psicológico más sanador que existe: dejar de gastar energía en defender una imagen de ti mismo para, simplemente, ser.
No tienes que crear la Semilla. Ya está ahí. Tu trabajo no es de construcción, sino de limpieza: quitar el polvo de las capas de condicionamiento, trauma y identificación para que lo que siempre ha estado brillando, por fin, pueda verse.
“Quien rompe el espejo, descubre su semilla” no es una metáfora lejana. Es la instrucción para la libertad psicológica más profunda: dejar de creer en el reflejo y recordar la fuente de la que emana la luz.