Augusto Silva | asidu.art

SOLEDAD (2002)

Óleo sobre lona de persiana — 120 × 60 cm

mi sombra me seguia pero no me hundia Augusto Silva

"Fue donde comprendí que incluso en la profundidad más oscura existe una luz que espera
a que uno vuelva a mirarla."

Poema — SOLEDAD

En aquel tiempo,
yo era un delfín herido
buscando respirar bajo el agua.

El azul era mi refugio,
mi hogar prestado,
mi intento de paz.

Entre arrecifes de miedo
y arrecifes de duda,
nadaba hacia una luz
que no venía del cielo,
sino de mi propio fondo.

Mi sombra me seguía,
pero no me hundía.

Y en medio del océano íntimo,
una certeza brillaba:
mi hija era el aire
que me mantenía vivo.

Soledad no fue vacío.
Fue el mar donde aprendí
a escucharme.

Fue donde comprendí
que incluso en la profundidad más oscura
existe una luz que espera
a que uno vuelva a mirarla.


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Cronica de la Obra

El cuadro nació en un tiempo en que el silencio era más grande que la casa.
Apenas dos años después de la separación, mi mundo se había vuelto una especie de océano íntimo: extenso, hondo, desconocido. En ese mar interior buscaba un equilibrio que no encontraba en la superficie de la vida diaria.

Por eso el azul domina la obra.
Era el color que me sostenía.
Era la paz que no tenía, pero que necesitaba pintar para verla.

La lona de persiana —el material humilde, cotidiano, casi improvisado— fue una metáfora involuntaria: estaba pintando sobre lo que tenía, no sobre lo ideal. Estaba reconstruyendo algo desde una vida suspendida.

En ese océano aparece un delfín solitario.

No es una criatura perdida.
Es un peregrino del alma.
Un símbolo del que nada hacia adentro buscando un lugar donde respirar.

Detrás de él, un arrecife que lo contiene;
delante, otro arrecife en forma de triángulo, como si la vida me hubiese puesto fronteras naturales para obligarme a decidir: avanzar, retroceder o detenerme a mirar.

Desde atrás del delfín emerge una luz mágica, una claridad que no viene del sol sino del fondo.
Una luz que dice:
“Tu guía está dentro, no arriba.”

Debajo del animal está su sombra.
Porque incluso en el agua de la sanación, uno no deja de llevar consigo su carga, su herida, su historia.

El cuadro respira armonía, sí, pero es una armonía conseguida a fuerza de naufragios.
Es la calma después de llorar.
Es la paz que uno pinta cuando la realidad todavía no la ofrece.

En ese tiempo mi hija era mi puente —quizá el único— entre ese océano de azul y la vida afuera.
Ella era el aire.
El recordatorio de que incluso la soledad tiene puerto.

Hoy entiendo mejor lo que entonces solo sentía:
que ese delfín era yo.
Una criatura sensible, intuitiva, buscando un equilibrio perdido, aprendiendo a nadar otra vez en aguas propias.



Asidu.art / Augusto Silva

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