Augusto Silva | asidu.art

Fiebre Amarilla

Óleo sobre lienzo | 70 x 50 cm

Naturalexa pintando su verdad por Augusto Silva

"Porque incluso en tiempos de alambradas y entradas prohibidas,la naturaleza sigue pintando su verdad
donde a los hombres les da miedo mirar.."

Poema — Fiebre Amarilla

En aquel año en que el país ardía
y la fiebre no era fiebre,
sino un miedo pintado con uniforme,
llegué a la entrada del mar
como quien llega a una frontera invisible.



La playa me recibió cerrada,
pero el viento no.
El viento siempre deja pasar al que pregunta.



Entre dos piedras —guardianas antiguas—
una hoja viajera trazaba su destino,
giraba, dudaba, regresaba,
como un pensamiento que no encuentra
ni orilla ni respuesta.



En la otra piedra, inmóvil,
una mariposa amarilla vigilaba el momento:
era el alma del día posada en un punto frágil,
un aviso, una señal,
algo que brillaba a pesar del miedo.



Y supe entonces
que a veces el país es esa hoja,
arrastrada por corrientes que no entiende;
y a veces es esa mariposa,
quieta, paciente, esperando que pase el ruido.



Del choque entre ambas nació el cuadro:
la hoja que busca,
la piedra que calla,
la mariposa que resiste.



Porque incluso en tiempos de alambradas
y entradas prohibidas,
la naturaleza sigue pintando su verdad
donde a los hombres les da miedo mirar.


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Cronica de la Obra

En 2004 el país hablaba de un brote de fiebre amarilla en Santa Marta.
Eso dijeron.
Eso creímos muchos.
En aquella época yo no conocía Santa Marta ni el Parque Tayrona,
pero sí conocí el miedo disfrazado de aviso sanitario.
“Póngase la vacuna”, me dijeron.
Y yo, ingenuo todavía, obedecí.

Años después supe la verdad:
no era el virus el que cerraba el parque,
era la guerra.
El paramilitarismo controlaba la zona,
habían matado a trabajadores del parque,
y a los visitantes solo nos dejaban llegar hasta la entrada,
a una playa pequeña que funcionaba como frontera silenciosa.

En esa mezcla de frustración, ingenuidad y desconcierto,
me quedé mirando el agua.
Había dos piedras grandes, quietas como guardianas antiguas.
Entre ellas, una hoja viajera giraba una y otra vez,
arrastrada por la corriente sin poder escoger su rumbo.
Y sobre una de las piedras, quieta, improbable,
una mariposa amarilla resistía el viento y el oleaje.

Ese instante —mínimo pero revelador—
fue más honesto que cualquier boletín de salud:
la naturaleza seguía diciendo la verdad
mientras los hombres la escondían.

De allí nació el cuadro.
Dos piedras como dos fuerzas enfrentadas.
La hoja como un país que no sabe a dónde va.
La mariposa como un alma que insiste en quedarse.
Amarillo todo, como el nombre impuesto,
como el miedo,
como la luz que se niega a apagarse.



Asidu.art / Augusto Silva

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