La Personalidad y el ego
Introducción teórica, Historia, Filosofía, Arte y Religión
La personalidad en la historia
El concepto de personalidad ha cambiado según la época y la cultura:
En el teatro griego, persona significaba “máscara”: el rostro de madera con el que los actores representaban un papel. La personalidad era el personaje, no el ser.
En Roma, persona se volvió un término legal: el “sujeto” con derechos y deberes. Así, la personalidad fue una construcción social.
En la Edad Media, la personalidad se ligó a la alma inmortal: no era tanto un rol social, sino lo que daba identidad única ante Dios.
La personalidad en la filosofía
Para Descartes, la personalidad se identificó con la conciencia racional: “pienso, luego existo”.
Hume la cuestionó: para él, el yo no es sustancia, sino una corriente de percepciones que se suceden.
Nietzsche vio en la personalidad una máscara del instinto: detrás de toda identidad, late la voluntad de poder.
En el siglo XX, Jung habló de la persona como la máscara social necesaria para convivir, pero advirtió del riesgo de confundirla con el yo verdadero.
Gurdjieff y las escuelas esotéricas diferenciaron entre “esencia” y “personalidad”: la primera es lo que somos al nacer, la segunda es lo adquirido, muchas veces impuesto. La falsa personalidad es el conjunto de miedos, hábitos y roles que nos desconectan del ser.
La Personalidad en el Arte
En el Renacimiento, el retrato buscó capturar la “personalidad” del individuo como algo singular.
En el teatro y la literatura, desde Shakespeare hasta Pirandello, la máscara de la personalidad es tema recurrente: “Así como me ven, soy y no soy”.
En el arte contemporáneo, la personalidad se problematiza: juega con identidades múltiples que desarman lo fijo y revelan la falsedad de los roles.
la identidad dejó de ser esencia para convertirse en pregunta. Desde mediados del siglo XX, los artistas no buscan retratar un yo estable, sino mostrar que la personalidad es un escenario en construcción.
Cindy Sherman, con sus autorretratos disfrazados, lo reveló con crudeza: no existe un yo verdadero detrás de la cámara, sino un teatro infinito de roles, estereotipos y gestos prestados. Así, lo que llamamos “personalidad” se problematiza: ¿somos un sujeto, o una colección de máscaras?
Sherman nos muestra el espejo en toda su complejidad y fragilidad. Nuestro trabajo espiritual es tener el valor de romperlo. Porque detrás de todos esos reflejos –el éxito, el fracaso, la víctima, el héroe– no hay nada... y ese 'nada' es todo. Es la semilla de la que brota la vida auténtica."
Esta perspectiva convierte a Sherman de una artista conceptual en una maestra tántrica que, sin saberlo, ilustra el camino del desapego mediante la inmersión total en la ilusión.
La Personalidad en la Religión
En el cristianismo, el ego se asoció con el pecado del orgullo: un yo inflado que impide el contacto con Dios.
En el budismo, la personalidad es ilusión (anatta): no hay un yo permanente, solo formas pasajeras. Aferrarse a ellas produce sufrimiento.
En el hinduismo, la personalidad es parte del maya (ilusión), que debe trascenderse para reconocer el atman, el ser verdadero.
La personalidad
Nací desnudo, sin nombre, sin miedo, sin forma. Era luz, pero el mundo tenía moldes listos, y me vistió de palabras. Me llamaron. Me enseñaron a obedecer, a temer, a pertenecer. Fui hijo de sus gestos, fui eco de sus heridas, fui sombra de sus creencias. Y a eso lo llamaron personalidad. Me adapté. Aprendí a sonreír cuando dolía. A callar cuando ardía. A esconder lo que era, para ser lo que esperaban. Y comprendí: la personalidad es un traje, pero el alma es piel. Desde entonces camino hacia atrás, desaprendiendo nombres, desprogramando el cuerpo, despertando la semilla que fui antes de ser moldeado. Pero un día —como una grieta en el espejo— algo dentro susurró: “Tú no eres eso.” No eres tu carácter. No eres tu miedo. No eres la máscara que salvó al niño. Eres el que mira detrás.
La máscara infinita
La personalidad se viste cada día, no con ropas, sino con gestos, con frases heredadas, con silencios impuestos. Creemos que somos uno, pero Sherman lo gritó con imágenes: somos muchos, somos nadie, somos la máscara que cambia de piel cuando alguien mira. El arte contemporáneo nos recuerda: no hay esencia fija, hay juegos de representación, hay un yo que se desdobla como fotografía sobre fotografía. Quizás el alma espera, no en la máscara, sino en el instante en que se cae, y queda desnuda la mirada, sin nombre, sin papel, sin teatro.