Resonancias I – La montaña respondió

No fueron quinientas miradas,
fue una sola conciencia reflejada quinientas veces.
La montaña respiró con nosotros,
y el eco se convirtió en palabra viva.
No hay éxito, ni logro, ni meta:
solo vibración que reconoce su origen.
Cuando hablas desde el alma,
la tierra responde en ondas invisibles.


La Historia


Desde los orígenes del tiempo, todo lo que existe vibra.
Las civilizaciones antiguas no hablaban de “frecuencia” ni de “energía”, pero conocían el eco de lo divino en la materia: el sonido de las flautas sumerias que imitaban al viento, los tambores africanos que convocaban la lluvia, los cantos de los monjes tibetanos que armonizaban el alma.
Cada cultura entendió que el universo no se mueve en línea recta, sino en ondas.
La historia de la humanidad es, en esencia, una historia de resonancias: repeticiones, ecos, reencuentros con lo mismo en distintas formas.


El día del descenso desde el Alto de Salazar hasta la subida por la peña, el cuerpo dolía y el alma reía.
Cada piedra del Cañón del Chicamocha fue un espejo.
Caminaba transmitiendo en vivo; quinientas presencias se unieron al ritual, invisibles pero vibrando en sintonía.
La caminata se convirtió en un acto sagrado donde la tierra habló, y la dualidad se hizo carne: dolor y felicidad, peso y ligereza, humano y divino.



Filosofía

Resonar es recordar.
Cuando una idea toca otra y ambas vibran al unísono, surge comprensión.
Heráclito habló del fuego que todo lo transforma;
Pitágoras del número que ordena la música del cosmos.
Ambos intuían que la verdad no se impone, sino que resuena.
La filosofía, en su raíz, no busca definir sino armonizar
—que el pensamiento coincida con el pulso de lo real.
Toda conciencia que vibra con la vida está pensando más allá del concepto.


La montaña revela una enseñanza:
el sufrimiento y la dicha no se oponen, son los dos bordes de una misma conciencia que se expande.
En el dolor se revela la densidad de la existencia; en la felicidad, su transparencia.
El caminante que no se identifica con ninguno descubre el equilibrio.
Caminar es entonces un gesto filosófico: moverse sin perder el centro, ser testigo del vaivén sin ser arrastrado por él.


Religión

Las religiones nacen de una resonancia interior: un llamado que vibra en el alma humana y la conecta con lo invisible.
El “Verbo” en el Génesis, el “Om” en el hinduismo, el “Shemá” del judaísmo, el “Nombre” en el sufismo: todos apuntan al sonido primordial, a la vibración que dio origen a lo manifestado.
Resonar con lo divino no es repetir una doctrina, sino permitir que el corazón se sintonice con la fuente. La oración, el canto, el mantra y el silencio son distintas formas de una misma escucha: la del alma que recuerda su frecuencia original.


En las palabras del maestro Samael Aun Weor resuena una advertencia: “No se identifiquen.”
El cañón se convierte en templo, el sendero en altar, y el cuerpo en ofrenda.
Cada piedra es un sacramento que recuerda la unión de lo terreno y lo eterno.
La oración no se pronuncia con la boca, sino con los pies que sangran y siguen.
La verdadera fe no está en llegar, sino en seguir respirando dentro del misterio.


Arte

El arte es la resonancia visible del espíritu.
Cuando una obra conmueve, no lo hace por lo que muestra, sino por lo que despierta.
Una pincelada, una nota, una palabra o un gesto pueden alterar el campo invisible de la percepción, hacer vibrar una emoción dormida.
El artista no crea desde la voluntad, sino desde la afinación: se convierte en instrumento de lo que quiere expresarse.
Toda obra verdadera es un eco que proviene de otra dimensión del ser.


La caminata se transforma en performance viva, en gesto simbólico donde el paisaje y el cuerpo componen una obra efímera.
El arte aquí no se pinta ni se graba: se encarna.
La cámara capta la vibración de lo invisible, los espectadores se convierten en partícipes, y la transmisión digital en un eco espiritual.
Es arte ritual, poético y testimonial; una forma de expandir la conciencia estética hacia lo sagrado cotidiano.


Prosa poética

Resonar es escuchar lo que no suena, sentir lo que no toca, recordar lo que no se ha vivido. Cada paso deja una huella sonora en el tiempo, cada alma una nota dentro del cuerpo del mundo. No hay soledad cuando se comprende que el universo entero es una respiración compartida. Somos vibración en tránsito, memoria que se repite, silencio que responde. Resonancias no son capítulos: son las ondas que deja la experiencia cuando toca la verdad.

No busques aplausos, busca frecuencia. Que tu paso despierte lo que duerme, aunque nadie lo nombre, aunque el mundo no lo comprenda. Porque quien vibra desde el centro, ya está creando mundos. No fueron quinientas miradas: fue una misma conciencia multiplicada en el cañón. Descendí desde el Alto de Salazar hasta la subida por la peña, y cada paso fue un choque: la piedra me dolía en los huesos y el viento me colmaba de alegría. Felicidad y herida se abrazaron en cada curva: la belleza cortaba como una navaja, la belleza curaba como una mano tibia. En la sendas del Chicamocha aprendí que el gozo verdadero no es liviano: lleva en su vientre memoria, pena antigua, y una ternura que duele. La dicha se sostiene en el filo de lo sentido. Mientras hablaba y caminaba, unas 500 almas se asomaron al descenso; no pude leer sus nombres entre la roca y el aire, pero los sentí: sus miradas fueron resonancias que devolvieron mi propio pulso. No es logro ni aplauso: es confirmación. Que la montaña responda mientras el cuerpo resiste y el corazón celebra es la prueba más honesta de que la obra —y la vida— respira en dualidad. Caminar ahí es comulgar con dos ofrendas: la del dolor que enseña, y la de la alegría que perdona. Ambas son semillas. Ambas son mi camino.

Imagen creada con IA - Dualidad
Imagen creada con IA - Dualidad resonancia , energia eletricidad

Huella sonora en el tiempo resonancia

Una experiencia visual sobre la resonancia interior, recorrido cañon del chicamocha , alto salazar la mojarra

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Cañón del Chicamocha - Sendero a la Peña
Piramide holografica colores duales verdes rojos

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